Hace dos siglos, cuando viajar no era tan fácil como ahora, los grandes museos abrieron los llamados “Talleres de moldes”, que se encargaban de hacer reproducciones de las más bellas esculturas de todos los tiempos. Los museos se intercambiaban estos moldes, que al principio se realizaban a partir de la escultura original (la mano del artesano sobre la forma milenaria original) y con ellos se conseguía luego una reproducción casi exacta, que a la vez era única, ya que implicaba un acabado manual. Estas esculturas pasaban a formar parte de sus colecciones y se exponían para los visitantes. Así, uno podía ver el David de Miguel Angel, la Venús de Milo o el busto de Nefertiti, sin moverse de su ciudad. Con el tiempo, estas esculturas fueron perdiendo su valor, por considerar que eran al fin y al cabo, solo copias.
En los edificios del Cincuentenario,
al otro lado del Museo de la Guerra,
está el “Atelier de Moulages” de Bruselas. Una nave gigantesca
repleta de filas de anaqueles de madera que alcanzan hasta el techo, donde se conservan los moldes originales de más de 4000 esculturas. Las más bellas estatuas
de Grecia y Roma, los iconos sagrados de Egipto, los ciervos del Renacimiento,
las ninfas de las fuentes de la Edad Media…
Cada uno de esos moldes, que permanecen amontonados sobre las
estanterías, ennegrecidos por el tiempo, como ruinas informes, atesora el espacio de una forma, de un cuerpo
que existió hace cientos de años. Una
curvatura de cadera, la línea delicada de unos labios, la languidez de una mano
tendida hacia el saludo, el abismo en la mirada del existir.
En cada uno de ellos retumba la huella del
vacío que deja un cuerpo en el espacio, el hueco que contiene la belleza, el
intervalo en el tiempo. Los contornos que recogen la línea divisoria, el territorio, las formas de la materia…
Presencias latentes en las estanterías en espera a cobrar vida, una y otra vez.
De mi personaje Lisa en Brussels Umbrellas
De mi personaje Lisa en Brussels Umbrellas
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