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martes, 6 de marzo de 2012

Compartir las alas

Inauguración Club de Lectura – Instituto Cervantes de Bruselas
Me han pedido que os hable de la lectura, del leer, que para mí, es igual que el respirar, inseparable también del escribir. Mi madre cuenta que me enseñó a leer a los 3 años, a mi me cuesta creerlo y siempre me pongo un año más. En cualquier caso, da igual, lo importante es que abrí la puerta de los libros desde muy pequeña y desde entonces los libros han sido mi hogar, mi refugio secreto y también mis alas.  Me refiero a la lectura de poesía, entendiendo - como afirma el poeta Antonio Gamoneda- que la poesía puede estar en todas las formas que la literatura adopte.
Os voy a leer un breve fragmento de uno de mis cuentos en el que se habla de la lectura:
   “… A la luz de una vela, Gloria abrió por fin el libro y desapareció entre sus páginas. Aunque no tenía dibujos, las palabras brillaban como estrellas, como la luz del verano, como un faro. Gloria leyó “pájaro” y lo oyó cantar sacudiendo sus alas de colores, luego leyó “océano”  y mojada de agua salada se encontró un pez en el bolsillo.
Gloria descubrió entonces que leer era como mirar por la ventana, irse de viaje, correr hacia el mar o acariciarse el corazón”.
Mirar por la ventana, irse de viaje, correr hacia el mar, acariciarse el corazón… todo eso pasa cuando lees.
Mirar por la ventana, porque cuando abrimos un libro, nos asomamos a sus páginas como a una ventana desde dónde se ve un paisaje distinto cada vez. La lectura nos permite ver más allá de nosotros mismos, cambiar nuestro ángulo de visión, renovar la mirada. Y al multiplicar las miradas somos capaces de VER, ver con mayúsculas, ver más allá: la vida desnuda.

 “¿Acaso no ven lo que hay detrás de todas las cosas…(…)? ¿De todos los disfraces que nos hemos puesto? Flores contra la decadencia; oro y terciopelo contra la pobreza; los cerezos, los manzanos …” dice Virginia Woolf en su cuento Tío Vanya  
Leer un libro es también como emprender un viaje, desaparecer. Uno entra en un libro como quien entra en otro mundo, en otra dimensión, cruzamos al otro lado del espejo.  Leer un libro nos traslada en el espacio y en el tiempo. Nos abre horizontes y nos trae las voces del pasado y del futuro. Es también un viaje hacia nosotros. Los libros como espejos que cruzar, pero también en los que mirarse.   

Irías, y verías
Todo igual, cambiado todo,
Así como tú eres
El mismo y otro. ¿Un río
A cada instante
No es él y diferente?

dicen unos versos de Cernuda. (Viendo volver)


Además de multiplicar nuestra mirada y llevarnos hasta los confines del mundo, de los tiempos y de nosotros mismos,  hay libros que nos hacen correr hacia el mar; que nos dan piernas y alas para ser más libres. Salimos de la cárcel del no saber y aprendemos. ¿Qué aprendemos? Aprendemos el secreto, que otros hombres y mujeres han querido desvelarnos a través de su palabra escrita. Afirma María Zambrano en el artículo titulado: “¿Por qué se escribe?”:

“¿Qué es lo que quiere decir el escritor y para qué decirlo?
Quiere decir el secreto; lo que no puede decirse con la voz por ser demasiado verdad; (…) La verdad es lo que pasa en el secreto seno del tiempo, en el silencio de las vidas, y que no puede decirse”.

 Y este secreto en los libros nos permite vivir, soñar, cambiar … Por eso los libros han sido considerados siempre peligrosos, culpables de la locura del ser humano, la locura de permitirse ser otro, ser libre… SER. Desde el principio de los tiempos ha existido la quema de libros;  la destrucción de bibliotecas ha sido una práctica habitual de fanatismos políticos y religiosos. Desde el año III, que acabó con la Biblioteca de Alejandría, hasta el 2003 cuando se destruyeron más de 2 millones de volúmenes de la Biblioteca de Irak; pasando por la quema de libros por la Inquisición,  la dictadura franquista y el nazismo.  Leer al igual que escribir puede ser un acto subversivo.  

Pero además de todo lo anterior (ver más allá, ser otros, ser libres)  y también por todo ello,  leer es también acariciarse el corazón. Las palabras de la literatura calman nuestra sed, son la música de la luz que nos habla en otro idioma, el idioma de los pájaros, el idioma del silencio, el idioma del agua… y siembra una semilla, la riega, la cultiva, la hace crecer y nos alimenta. Esa semilla es la belleza, que nos transmite una sensación de plenitud, de felicidad. Leer nos hace más felices.      

Muy vacía, muy en paz,
La Petirrojo echa llave al Nido y prueba sus Alas –
No conoce Trayectoria
Pero arrumba su Nave
Hacia rumoreadas Primaveras-
No pide Mediodía—
No pide Presente,
Sin miga y sin techo, uno es su pedir:
Los Pájaros que perdió
                                   Emily Dickinson

Lectura y escritura van unidas, como el huevo y la gallina ¿qué fue antes? Creo que primero fue la palabra escrita en el aire,  la necesidad del ser humano de contar “lo más extraño” - como dice Manuel Rivas -, el cántico en el origen de la literatura. Luego la necesidad de hacerlo materia, visible, que perdure: transcribirla en la piedra, en la piel, en el barro, para que no se la lleve el viento.
En mi caso, junto y como consecuencia de la lectura vino la escritura, también temprana.  Las voces de otras autoras y autores en los libros me animan, me acompañan,  me dan la mano para sacar mi palabra del silencio. Y sobre el escribir, os leo uno de mis poemas:  
Yo sólo escribo para colmar la distancia entre mi miedo y yo.
Chantall Maillard, “Matar a Platón”


¿De quién son estas manos tan familiares?

Yo escribo
para encontrarme tras la sonrisa,
cuando me levanto y sigo mis pasos,
sin querer pensar,
más allá del instante que sucede a otro instante
y ¿por qué más?

para ser otra,
yo, ¿cómo me llamo?,

para acercarme a los que murieron
-siempre demasiado pronto -
y hacerles las preguntas
que quedaron pendientes

porque quiero a mis hijos,
para que no se me olvide quiénes son,
para contarles quiénes fueron.

para romper lo establecido,
para transgredir las normas,

para contar lo que se esconde tras la conversación
¿por qué hablamos?

para que no se esfume el tiempo
en que se confía un secreto

para fijar la memoria
y abrir caminos intransitados

para que alguien, algún día se reconozca y escriba,
para abrir el corazón y hacerlo sangrar,
y que la sangre dulce le sirva de alimento

para que las heridas no se cierren nunca
y nos mantengan vivos
para que aquel hombre que murió joven
no olvide que su muerte no queda tras la lápida

porque sí, para estar viva
para dormir tranquila
hoy lo hice
                  
para que mis manos no sean inútiles.

“para abrir el corazón y hacerlo sangrar,/y que la sangre dulce le sirva de alimento”, escribo también  para compartir el consuelo y el gozo, ser parte del aleteo de los libros que nos despierta del letargo.

Escribir, hacer materia la emoción, ponerla en tinta sobre papel, no es suficiente. No basta con quedarse en una misma, existe un deseo de comunicación, de contárselo a los demás, de acercarse al otro. Ese deseo de compartir sucede también con los libros de otros autores.

La literatura es un hogar, un refugio y la lectura un acto de intimidad, que se disfruta también cuando se comparte. A menudo, tenemos el impulso por compartir con los que queremos: esa mirada, ese viaje, esas alas, esa sensación de plenitud que nos ha regalado la lectura de un libro. Se lo recomendamos a una amiga, a nuestra pareja, se lo regalamos a nuestra hermana por su cumpleaños y luego lo comentamos: ¿qué te pareció? ¿te acuerdas del momento en que …?  

Para mí, en ese deseo por compartir el placer de la lectura (el secreto, la libertad, la belleza, el gozo) es de donde nacen los grupos de lectura.  Del deseo y también de la necesidad nació el grupo que pusimos en marcha mi amiga la poeta Margarita Ballester y yo en el Ateneo de Mahón, que nos guarecía de las tardes oscuras de invierno.
Necesitábamos un Club de Lectura en Bruselas decía al principio. Porque aquí en Bruselas,  los amantes de la palabra y de los libros, yo entre ellos, hace tiempo que sentimos mucho deseo y mucha necesidad  (los inviernos se hacen largos). Deseo y necesidad de compartir miradas, de intercambiar secretos, de correr juntos hacia el mar, respirando la música de nuestra lengua, las palabras que somos.
 Y este club de lectura que inauguramos hoy es el regalo de un jardín soleado en el centro de Bruselas, con las puertas abiertas; un lugar de encuentro, de comunicación, donde poder habitar ese deseo y esa necesidad.  
Gracias otra vez al Instituto Cervantes por este jardín compartido donde cultivar la esperanza en tiempos de cemento, cristal y soledad.
Un jardín de libros, donde encontrar los pájaros perdidos.
Muchas Gracias.                             
 Luisa Antolín,  25 de Enero de 2012


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